
Shun / Historia Original / One-Short
Resumen: Estaban asfixiándome, esa no era mi fantasía, aquello no era el mundo imaginario que construyeron para mi… yo no quería oírlo, no quería verlo, jamás quería sentirlo.
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Cada susurro atormentaba a mi cuerpo, ligeros espasmos acompañaban el temor que sentía. Un daño inmenso provocaban esas imágenes en mi mente, un agudo dolor en mi pecho tratando de aguantar cualquier sollozo. Sonrisas quebradas por un mal sin fundamentos, lamentos, llantos, hambre, pena. Cada una de esas imágenes, avanzaban hasta adentrarse por mis ojos, llenaban mi pecho de dolor, ¿cuanto dolor?
Un estruendo me obligo a apartar la mirada del televisor, me permitió respirar de aquella oscuridad, me sentía ahogado, mareado incluso. Me pregunte quien fue el creador de aquel mundo imaginario, lleno de banalidades… egoísmo. ¿Quién? Quizá todos o quizá ninguno, la realidad misma parecía otro trailer mas de una película cara, con actores que interpretaban un papel donde no había razón de respeto, donde podían hacer y deshacer sin miramientos, donde no tenían el deber de aguantar nada fuera de sus puntos de vista.
Me puse de pie lentamente, realmente dolido y afectado, dándome cuenta de cuando realmente se nace en el mundo. Otro estruendo me obligo a salir de mi habitación, baje algunos peldaños de la escalera que años atrás parecía tan inmensa. Vi a mi madre pálida, con un temblor para nada común en ella, miraba el suelo y frotaba sus manos con desespero que asustaba. Un silencio inundo el espacio durante un segundo, mi padre de pie en medio de la sala lucia con rabia, su rostro ahora parecía una desfiguración del que cada día veía, ya no era el padre que me sonreía y alentaba, aquel parecía mas un extraño. Sus palabras sonaban frías, hirientes… cada una eran dagas que se enterraban duramente en el corazón de quien durante nueve meses fue mi única protección, luego de un insulto que rasgo el aire tomó a mamá del brazo con rudeza, estaba descontrolado.
Quería gritar, llorar para que no siguiera, pero nada podía hacer, un frío llenaba mi cuerpo, un manto helado me aislaba e impedía reaccionar como quería, como realmente debía hacerlo. Muy por el contrario era el caso de mi padre, el en todo sus movimientos desprendía un calor sofocante, parecía quemar la piel de mamá, daba la impresión de que consumía su espíritu con su mirada inyectada de fuego. Gritos roncos que desgarraban la garganta de quien los emitía, lágrimas desbordadas, un miedo inocultable, todo… aquel desespero que aceleraba mi corazón, mi respiración.
Cerré mis ojos, los sonidos se amontonaban fuertes, crueles, descontrolados. Estaban asfixiándome, esa no era mi fantasía, aquello no era el mundo imaginario que construyeron para mi… yo no quería oírlo, no quería verlo, jamás quería sentirlo. Perturbador fue el grito de mi madre, abrí los ojos espantado con tan solo el eco que provoco en mi alma, solitaria una gota surco mi mejilla al ver la mancha roja en la alfombra, demasiado parecida al vino que papá bebía antes calmadamente, aquella mancha que estaba seguro no se podría limpiar jamás de la tela ni de mi recuerdo. Lloraba, se trataba de ocultar tras sus brazos, pero le era imposible…
Todo parecía un dibujo empapado por la lluvia a la mañana siguiente, baje las escaleras aun sintiendo una extraña presión en mi pecho. Lo ocurrido no parecía real, todo era tan perfecto a la luz del sol.
Mamá salia de la cocina secando sus manos en el delantal, al verme sonrió de forma cansada, algo se rompió en mi corazón al ver como trataba de ocultar una marca que ensuciaba su hermoso rostro. La abrace tratando de tomar un poco de su dolor, quería aminorar su peso y permitirle flotar nuevamente a esas nubes de dulce, que oliera perfumadas flores de papel, que jugara entre sedas como quizá en algún momento lo hizo, por que simplemente la amaba de sobre manera…
Hoy aquí nadie me acompaña, papá esta en una jaula admirando a otras aves, como el, enfermas, que esperaran durante estaciones con el único fin de terminar cansadas, imposibilitadas ya de volar. Traje flores, esas de vivos colores que siempre había en casa, espero que al menos puedan aminorar un poco el frío que hay en este lugar. Con cariño acaricio la frazada de cemento que te cubre, a pasado mucho tiempo desde que pude tomar tu mano, pero el recuerdo sigue siendo calido.
Un respeto ganado con honores, por ser tan valiente de tolerar noches de inapelable crueldad, por reinventarse cada día, ser tan llena de belleza como un icono de la indulgencia.
Un estruendo me obligo a apartar la mirada del televisor, me permitió respirar de aquella oscuridad, me sentía ahogado, mareado incluso. Me pregunte quien fue el creador de aquel mundo imaginario, lleno de banalidades… egoísmo. ¿Quién? Quizá todos o quizá ninguno, la realidad misma parecía otro trailer mas de una película cara, con actores que interpretaban un papel donde no había razón de respeto, donde podían hacer y deshacer sin miramientos, donde no tenían el deber de aguantar nada fuera de sus puntos de vista.
Me puse de pie lentamente, realmente dolido y afectado, dándome cuenta de cuando realmente se nace en el mundo. Otro estruendo me obligo a salir de mi habitación, baje algunos peldaños de la escalera que años atrás parecía tan inmensa. Vi a mi madre pálida, con un temblor para nada común en ella, miraba el suelo y frotaba sus manos con desespero que asustaba. Un silencio inundo el espacio durante un segundo, mi padre de pie en medio de la sala lucia con rabia, su rostro ahora parecía una desfiguración del que cada día veía, ya no era el padre que me sonreía y alentaba, aquel parecía mas un extraño. Sus palabras sonaban frías, hirientes… cada una eran dagas que se enterraban duramente en el corazón de quien durante nueve meses fue mi única protección, luego de un insulto que rasgo el aire tomó a mamá del brazo con rudeza, estaba descontrolado.
Quería gritar, llorar para que no siguiera, pero nada podía hacer, un frío llenaba mi cuerpo, un manto helado me aislaba e impedía reaccionar como quería, como realmente debía hacerlo. Muy por el contrario era el caso de mi padre, el en todo sus movimientos desprendía un calor sofocante, parecía quemar la piel de mamá, daba la impresión de que consumía su espíritu con su mirada inyectada de fuego. Gritos roncos que desgarraban la garganta de quien los emitía, lágrimas desbordadas, un miedo inocultable, todo… aquel desespero que aceleraba mi corazón, mi respiración.
Cerré mis ojos, los sonidos se amontonaban fuertes, crueles, descontrolados. Estaban asfixiándome, esa no era mi fantasía, aquello no era el mundo imaginario que construyeron para mi… yo no quería oírlo, no quería verlo, jamás quería sentirlo. Perturbador fue el grito de mi madre, abrí los ojos espantado con tan solo el eco que provoco en mi alma, solitaria una gota surco mi mejilla al ver la mancha roja en la alfombra, demasiado parecida al vino que papá bebía antes calmadamente, aquella mancha que estaba seguro no se podría limpiar jamás de la tela ni de mi recuerdo. Lloraba, se trataba de ocultar tras sus brazos, pero le era imposible…
Todo parecía un dibujo empapado por la lluvia a la mañana siguiente, baje las escaleras aun sintiendo una extraña presión en mi pecho. Lo ocurrido no parecía real, todo era tan perfecto a la luz del sol.
Mamá salia de la cocina secando sus manos en el delantal, al verme sonrió de forma cansada, algo se rompió en mi corazón al ver como trataba de ocultar una marca que ensuciaba su hermoso rostro. La abrace tratando de tomar un poco de su dolor, quería aminorar su peso y permitirle flotar nuevamente a esas nubes de dulce, que oliera perfumadas flores de papel, que jugara entre sedas como quizá en algún momento lo hizo, por que simplemente la amaba de sobre manera…
Hoy aquí nadie me acompaña, papá esta en una jaula admirando a otras aves, como el, enfermas, que esperaran durante estaciones con el único fin de terminar cansadas, imposibilitadas ya de volar. Traje flores, esas de vivos colores que siempre había en casa, espero que al menos puedan aminorar un poco el frío que hay en este lugar. Con cariño acaricio la frazada de cemento que te cubre, a pasado mucho tiempo desde que pude tomar tu mano, pero el recuerdo sigue siendo calido.
Un respeto ganado con honores, por ser tan valiente de tolerar noches de inapelable crueldad, por reinventarse cada día, ser tan llena de belleza como un icono de la indulgencia.